La siguiente escena es brutal y podría ser perfectamente un capítulo de una serie distópica sobre el futuro de una sociedad rota: mujeres dando a luz solas, en sus casas, sin controles, sin asistencia profesional, sin médicos, enfermeros o parteras, en muchos casos sin sus parejas, sin haber pasado por una sola ecográfica durante todo el embarazo. Mujeres que, en una situación de extrema vulnerabilidad como es un parto, aun así deciden hacerlo en esas condiciones por la combinación del enojo y la desconfianza en el sistema sanitario y la resonancia de un discurso espiritual que promete libertad y empoderamiento en ese gesto. Todo a costa de exponerse, ellas y a sus bebés, a riesgos letales totalmente prevenibles.
La escena es parte de una exhaustiva investigación, publicada recientemente en el medio británico The Guardian, sobre la Sociedad del parto libre (Free Birth Society - FBS), un movimiento global, con sede en Estados Unidos, que promueve el parto “libre” sin asistencia médica y fue denunciada por al menos 48 casos de mortinatos, muertes neonatales, y daños severos irreversibles en la salud. En 18 de esos casos, se comprueba que la influencia directa de la organización fue determinante en la decisión de las mujeres de evitar toda intervención médica. Las denuncias radican en Estados Unidos y Canadá mayoritariamente, pero también en países como Suiza, Francia, Sudáfrica, India, Australia y el Reino Unido.
Lo que se describe en el estudio son patrones comunes estremecedores: partos prolongados sin monitoreo fetal, hemorragias sin atención de emergencia, bebés que nacen sin respirar y mueren en minutos por falta de maniobras básicas o el equipamiento necesario, cordones umbilicales cortados con objetos no esterilizados, y madres que quedan expuestas a infecciones graves luego de parir, y la responsabilidad a cuestas por el estado en el que nazca su bebe. La narrativa romantiza el sacrificio y la pérdida mientras culpa a las madres por cualquier desenlace adverso.
Sin embargo en las redes sociales, plataformas y contenidos la FBS comparte y pregona un mensaje que oscila entre la épica espiritual y la negación sistemática del riesgo. Las ex doulas Emilee Saldaya y Yolande Norris Clark, fundadoras de este espacio, suelen compartir sistemáticamente mensajes contra los profesionales de la salud, expresan que médicos y parteras suelen agredir sexualmente a mujeres en los hospitales. Paradójicamente, aunque afirman tener una amplia experiencia atendiendo partos, ninguna se ha formado profesionalmente. En una de sus charlas en el MatriBirth Mentor Institute, Norris-Clark relató que uno de sus hijos nació "completamente blanco, flácido y sin vida", pero no se le pasó por la cabeza resucitarlo ya que entiende a la reanimación médica como una "forma de sabotaje".
Su mérito radica en haber convertido el miedo, las malas experiencias atravesadas por mujeres y personas gestantes en hospitales, los traumas que dejó la pandemia, y el desencanto institucional, en un negocio, que se ha magnificado por medio de un ecosistema de plataformas que les permiten crecer y monetizar: un sitio web de “caridad" disfrazado de institución médica; el "Free Birth Podcast", anunciado como "un espacio de apoyo a quienes están aprendiendo, que cuenta con millones de reproducciones; contenidos en diferentes formatos como “Guía Completa para el Parto Libre” o "La guía para la hemorragia de Freebirther"; cursos y talleres en línea sin certificación ni aval profesional, que cuestan cerca de 300 euros; y hasta la celebración de eventos, festivales y fiestas como el Matriarch Rising que se realizan en lugares exclusivos y privados.
En la investigación además, se hace especial foco en describir el rasgo sectario del movimiento y cómo profundizan el quiebre social a través de la creación de comunidades cerradas encabezadas por líderes carismáticas que comparten información falsa y presionan a las gestantes a evitar los controles, mientras promocionan sus cursos pagos y membresías. Suelen compartir frases y mensajes típicos de la narrativa de autoayuda: “Cuando una mujer da a luz empoderada, sana todo un linaje"; “El trabajo de parto es la primera línea del cambio cultural"; “El sistema no te sirve, te cosecha. Puedes alejarte”.
La libertad, el empoderamiento y la promesa de emancipación corporal, en este marco, actúan como un fuerte dispositivo de disciplinamiento sostenido en la negación de la ciencia, el fomento de la autonomía, la soledad y un mercado que extrae ganancias del miedo y los padecimientos sociales. De hecho luego de la publicación de la denuncia de The Guardian Saldaya difundió un comunicado en redes sociales donde señala la "propaganda en los medios tradicionales" que busca desacreditarla y se defiende explicando que "esto es lo que significa ser un disruptor", dijo. "Pero la verdad perdura. La luz persiste. Lo real sobrevive al ruido”, sostiene.
La pospandemia como terreno fértil
El medio británico The Guardian advierte que el crecimiento de la FBS no es solo un fenómeno aislado, sino un síntoma de época que comparte características y estrategias de enraizamiento con los movimientos antivacunas y las pseudociencias. Es que la reacción sociopolítica a la pandemia dejó un paisaje emocional devastado, instituciones y saber médico erosionadas, la sospecha permanente del Estado y una crisis profunda de legitimidad del conocimiento científico, que fue rápidamente utilizada por discursos que se presentan como alternativos, auténticos, “despiertos”.
Paralelamente, frente a la omnipresencia de las campañas estatales , se instala la noción de “soberanía corporal” hiperindividualizada que se vuelve un terreno de lucha de sentido sobre el que crecieron movimientos como los antivacunas, la FBS, las comunidades del biohacking extremo, las terapias sin respaldo científico, los contenidos de autoayuda y los influencers que convierten la angustia y soledad en engagement. Durante los meses de confinamiento se hicieron vivos de Instagram que explicaban cómo “fortalecer el sistema inmune” para no vacunarse, famosos y celebridades recomendaban remedios caseros o sustancias como dióxido de cloro, se abrieron canales de YouTube que vendían packs de suplementación, y cuentas de X que convertían la desinformación en una fuente de ingresos.
Como respuesta a las medidas sanitarias impuestas, en todo el mundo, emergió un sujeto agotado, descreído, fragmentado, que busca respuestas intuitivas, simples, personalizadas, por fuera del sistema médico tradicional. Y alrededor de ese sujeto se montó una economía política de la desconfianza que entiende a la salud como acto individual y la vulnerabilidad como oportunidad de negocio.
Cuando la posverdad llega al Estado
Paradójicamente, ese clima global encontró en países como Argentina y Estados Unidos una puerta abierta especialmente preocupante y el ingreso directo de discursos antivacunas y anti científico al corazón de las instituciones y al Estado. El 28 de noviembre se observó en el evento organizado por la diputada Marilú Quiroz en la Cámara de Diputados titulado “¿Qué contienen realmente las vacunas COVID-19?”, donde se difundieron teorías conspirativas, incluida la demostración bizarra de un supuesto “hombre imantado” como consecuencia de la vacunación. El acto se transformó en un escándalo sin precedentes, repudiado por médicos, especialistas, epidemiólogos y legisladores de diferentes colores políticos.
Pero, para reafirmar que no se trató de un hecho aislado, pocos días después, el 2 de diciembre, fue la propia vicepresidenta Victoria Villarruel quien encabezó en el Senado un acto con el objetivo de revisar el accionar estatal de la pandemia. Lo que se presentó como un “homenaje reflexivo” terminó siendo un panel de discursos negacionistas, cuestionamientos a la Ley de Vacunación Obligatoria y reivindicaciones de posturas libertarias resistidas incluso dentro del oficialismo.
En ambos episodios aparece el mismo guión que observa The Guardian desde la FBS en el que subyace la idea de que la salud pública es un dispositivo de control, que las políticas sanitarias son “intervenciones indebidas” contra la libertad individual, y que el cuerpo debe ser recuperado como propiedad privada absoluta. La diferencia, y lo que lo hace mucho más dañino, es que en Argentina el discurso no opera desde los márgenes de internet, sino ya desde el centro del poder político e institucional.
En el fondo estos nuevos discursos no solo buscan desacreditar la medicina basada en evidencia y el método científico, sino que además imparten una visión del mundo cuya base es la desconfianza total hacia las instancias comunitarias de la que el Estado es la expresión articulada y la exaltación del individuo y su experiencia como única autoridad legítima. La FBS lleva esa lógica al extremo interpretando que la vida o muerte de un bebé queda sujeta a la convicción, cuasi religiosa, de que la naturaleza es perfecta y la intervención humana siempre corrompe. Pero ambos fenómenos encuentran eco y resonancia porque el capitalismo anómico actual acarrea una crisis en las condiciones materiales y una crisis de sentido que redefine la idea de libertad hasta vaciarla de toda forma de solidaridad y cooperación. Si la desconfianza se institucionaliza y la posverdad se vuelve programa político, el cuidado deja de ser un derecho para convertirse en una decisión privada y aislada y lo que está en riesgo no es una política pública, sino la vida en común.
