Cuando The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom se lanzó, no solo rompió récords de ventas, sino que también rompió las convenciones de diseño. La mayoría de los juegos de mundo abierto arrojan a los jugadores en mapas enormes llenos de íconos, listas de tareas y misiones repetitivas. Tears of the Kingdom, en cambio, te entrega un planeador, algunos poderes mágicos y dice: “Descúbrelo tú mismo”.
¿El resultado? Una clase magistral en libertad, curiosidad y creatividad que redefine lo que el diseño de mundos abiertos puede ser.
El mundo es la historia
En Tears of the Kingdom, no se te da la narrativa en bandeja. En su lugar, el propio mundo cuenta la historia. Cada ruina derrumbada, cada máquina extraña construida por otro jugador, cada isla que flota en el cielo susurra un fragmento del relato, y depende de ti conectar las piezas.
Esa sensación de descubrimiento no proviene de misiones con guion, sino de la observación y la experimentación. Es una de las razones por las que el juego tiene un valor de rejugabilidad tan alto. Los jugadores pasan cientos de horas simplemente explorando, construyendo y descubriendo misterios.
Y acceder a este vasto mundo es más fácil que nunca: puedes conseguir tu tarjeta Nintendo Switch y lanzarte directo a Hyrule sin esperar largas descargas ni tediosas pantallas de configuración. Esa accesibilidad perfecta refleja la propia filosofía del juego: simple en la superficie, pero infinitamente profundo en su interior.
Un diseño que respeta la inteligencia del jugador
Lo que realmente distingue a Tears of the Kingdom es que confía en los jugadores. En lugar de marcadores de misión rígidos o tutoriales forzados, te da las herramientas, como Fuse y Ultrahand, y te permite descubrir por tu cuenta cómo usarlas.
Puedes:
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Construir artefactos voladores absurdos impulsados por ventiladores y cohetes.
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Resolver acertijos de formas que los desarrolladores probablemente nunca imaginaron.
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Usar el propio entorno, como el clima, el terreno o incluso los enemigos, como parte de tu estrategia.
Este enfoque transforma cada encuentro en un desafío creativo. El diseño no te dice cómo jugar; te pregunta qué quieres hacer.
La filosofía del “cajón de juguetes”
Nintendo tomó lo que funcionó en Breath of the Wild y lo llevó aún más lejos con Tears of the Kingdom: experimentación lúdica. El juego se siente como un elaborado cajón de juguetes más que como una aventura lineal.
Los ingredientes secretos de su genialidad:
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Interactividad: Casi todos los objetos del mundo pueden manipularse o fusionarse.
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Jugabilidad emergente: Los sistemas interactúan de forma natural, permitiendo que el caos y la creatividad florezcan.
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Libertad de elección: Los jugadores crean sus propias historias mediante la acción, no mediante cinemáticas.
Este es un cambio radical respecto al diseño tradicional de mundos abiertos, donde el contenido suele estar cuidadosamente curado y controlado. En su lugar, Tears of the Kingdom invita a los jugadores a romper las reglas y los recompensa por hacerlo.
Una lección para los futuros desarrolladores de videojuegos
Muchos estudios luchan con la escala: construyen mundos enormes que se sienten vacíos o repetitivos. Tears of the Kingdom demuestra que la profundidad importa más que el tamaño. Muestra que un mundo abierto bien diseñado puede mantener a los jugadores enganchados por más tiempo que cualquier mapa basado en listas de tareas.
Los desarrolladores pueden aprender varias lecciones aquí:
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Fomentar la curiosidad. Permita que los jugadores descubran secretos por accidente en lugar de marcarlos en un mapa.
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Recompensar la creatividad. No castigue a los jugadores por encontrar soluciones poco convencionales.
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Mantener la coherencia de los sistemas. El mundo debe sentirse vivo y lógico, no arbitrario.
Al seguir estos principios, los futuros juegos de mundo abierto podrían capturar esa misma magia, donde la exploración se siente como juego, no como trabajo.
La magia de la exploración con significado
Tears of the Kingdom no solo expandió el universo de Zelda: amplió nuestras expectativas sobre lo que los mundos abiertos pueden ser. Demuestra que un gran diseño de juego no se trata de cuánta información puedes meter en un mapa, sino de qué tan profundamente puedes conectar a los jugadores con el mundo que habitan.
Es una experiencia donde la creatividad se siente ilimitada, el descubrimiento se siente ganado y el viaje de cada jugador se siente único.
Así que, la próxima vez que planees sobre Hyrule o fusiones un vagón minero con un cohete solo para ver qué pasa, recuerda que esto es el diseño de juegos en su forma más pura.
Y si estás listo para experimentar esa libertad por ti mismo, puedes explorar Tears of the Kingdom y otros títulos de Zelda fácilmente a través del mercado digital de Eneba, porque a veces, las mejores aventuras comienzan con una sola tarjeta Nintendo Switch.
