¿Quiénes seremos cuando las Madres ya no estén?

Murió Vera Jarach, una noticia que casi no lo es, una Madre de Plaza de Mayo que a los 11 años vino a Argentina porque en su Italia natal Mussolini había prohibido, entre muchas otras prohibiciones, que niños y niñas judíos vayan a las escuelas públicas. Su única hija fue desaparecida a los 18. “Nunca más silencio”, insistía, desde su oficio de periodista.

03 de octubre, 2025 | 12.56

No se puede detener el tiempo, no hay a quién reclamarle por este hueco que acaba de abrirse en el mundo. Murió Vera Jarach, se lee en los chats y más tarde entre las noticias y en las redes, otra Madre de Plaza de Mayo apagó su estrella y el faro que mantuvo la orientación de lo humano, lo que nos debemos unos a otres, el pacto social para que no se permita Nunca más un genocidio empieza a menguar, titila como una supernova en las noches sin luna.

¿Quiénes seremos nosotros y nosotras, quiénes seremos sin las Madres, sin abrazarlas en el canto cuando aparecen en la Plaza, aun con sus sillas de ruedas, el pañuelo blanco bordado, el nombre de un hijo o una hija ausente y vivo para siempre en el ¡presente! con que se responde a cada nombre? Una orfandad colectiva se extenderá como un manto sobre nuestro territorio, nuestras propias luces vitales se apagarán por un momento, cenizas sobre brasas para cuidar el calor hasta el otro día. Porque habrá que levantarse.

Murió Vera Jarach, tenía 98 años, había escapado con su familia de las leyes racistas del fascismo de Mussolini en 1939, su abuelo murió en Auschwitz, su hija Franca fue arrojada con vida desde un avión como parte del plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio que perpetró la última dictadura cívico-militar- eclesiástica. Su hija Franca era militante secundaria, tenía 18 años.

Murió Vera, se fue de este mundo la curva de su espalda cansada, los ojos de su hija tan chiquita para ser asesinada por sus ideas políticas, unos ojos negros y grandes que por un tiempo serán reconocibles por mucha gente porque su foto estuvo en las marchas y las rondas desde 1977, así como presidió la casa de la familia Jarach, amputada después del secuestro de su hija, la única. “Nunca más silencio” fue la impronta que le puso a esas dos palabras que signan estos 40 años de democracia, el acuerdo que pudimos alcanzar. Vera era periodista, trabajó para la agencia ANSA, escribió varios libros, entre ellos Tantas voces, una historia. Italianos judíos en la Argentina 1938-1948 junto a Eleonora María Smolensky. ¿Cómo estaría viviendo Vera desde su compromiso inescindible con los Derechos Humanos el genocidio en Palestina? ¿Cómo es que no podemos dar vuelta la crueldad del exterminio de quienes, según el tiempo, se considera los otros, las otras?

Este año, en los últimos meses, murió también Enriqueta Rodríguez de Maroni, esa Madre que en los ’80 increpó a un periodista holandés que nunca pudo olvidar esa entrevista: “Que nos digan dónde están nuestros hijos”. Ese video en el que Enriqueta aprovechó cada segundo de cámara para gritarle al mundo también estará en la memoria de muchos y muchas, porque hay generaciones que crecimos reconstruyendo esas historias, haciendo firme el Nunca Más, sosteniendo una pedagogía cotidiana sobre de qué se trató y se trata haber recuperado la democracia. ¿Quiénes seremos cuando no quede ninguna de nuestras Madres de pañuelo blanco? Tendremos que ser aquellxs que sigamos esparciendo la memoria del horror, pero sobre todo de las luchas de quienes se opusieron al silencio, a la injusticia de clase, que quisieron un mundo en el que entren, vivan y disfruten todos, todas. Como Vera, que quiso acuñar su propio compromiso con la palabra: Nunca más silencio, decía, escribía.

Dolores Rígoli, conocida en Neuquén como Lolín, porque así de entrañable es el vínculo del pueblo con las Madres, murió también en agosto. Rosa Roisinblit, la Abuela de Plaza de Mayo que superó los 100 se apagó en septiembre. Y antes, con la llegada del gobierno de la crueldad, Mirta Baravalle y Norita Cortiñas, la pareja de las Madres desacatadas, las que estaban en la puerta de las fábricas tomadas, en los territorios indígenas, peleando contra la deuda externa desde el año 2000. Y Sara Rus que estuvo en Auschwitz y vino en barco con la olla que fue tesoro en el campo de concentración para sobrevivir hasta el final. Son tantas, tantas más, pero a ellas les conocimos los nombres, en ellas el homenaje a todas.

El silencio que necesitamos cuando muere una Madre, con mayúsculas, no es aquel contra el que se conjuró Vera Jarach. Es ese que abre espacio en la cotidianidad, las noticias urgentes, el dolor de panza de quedarse sin plata apenas empieza el mes porque todo va a las deudas, el colectivo que no viene nunca a tiempo. Un silencio para acompañar el viaje de esa luz menguante de quienes lucharon antes y abrieron caminos, un silencio para condolernos y comprometernos con mantener esos caminos abiertos e inventar otros que rechacen la crueldad, la política del descarte, las nuevas formas del fascismo en el gobierno. Adiós, Vera, ojalá exista un cielo de las Madres en el que puedas sacarte el pañuelo y descansar, de una vez descansar.