“El descuento o la vida”: crónica del estrés financiero y su impacto en la salud mental en la Argentina de Milei

01 de junio, 2025 | 10.00
“El descuento o la vida”: crónica del estrés financiero y su impacto en la salud mental en la Argentina de Milei “El descuento o la vida”: crónica del estrés financiero y su impacto en la salud mental en la Argentina de Milei

Martes 9.32 de la mañana, Almagro, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Te levantas y te dispones a desayunar. Abrís la heladera y te encontrás con la peor noticia: no hay más leche. Nada grave en principio, se resuelve fácil. Pero es fin de mes, la cuenta está casi en rojo y ningún gasto puede quedar por fuera de la tabla de Excel mental. ¿Salir y comprarla? No, señora. En vez de ir al kiosco de la esquina o al chino de barrio más cercano, tu cerebro empieza a procesar el calendario de descuentos y la información de todas las aplicaciones de bancos, las notificaciones de billeteras virtuales, y mails de membresías, para identificar cuál es la promoción que más te conviene, entre canales online y físicos, y rezar para que esa sucursal esté “adherida” y funcione rápidamente el reintegro.

Esta escena, para nada exagerada, se vive todos los días en la Argentina libertaria de Milei, donde ir al súper sin antes revisar el cuadro de promociones bancarias es casi un acto suicida para el bolsillo.  Hacer las compras y planificar la economía familiar dejó de ser una tarea ordinaria para volverse una carrera titánica, un tetris de medios de pago, una actividad adrenalínica que implica la dedicación extra de tiempo y energía, e irremediablemente conduce al malestar, el agotamiento y el estrés. Todo eso para comprar un sachet de leche con 40% de descuento y sentirte un campeón por un rato.

A esto se suma el uso compulsivo de métodos de financiamiento. Así como en los 90s en medio de la crisis económica las familias acudían al fiado, en este contexto, lo que se ha disparado es el uso de tarjetas de crédito o créditos personales para comprar alimentos básicos, lo que refleja una dependencia creciente del endeudamiento para cubrir necesidades esenciales. Según datos publicados recientemente por el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPYPP), nueve de cada diez familias tomaron algún tipo de deuda en el último año, y más del 50% de esos créditos se utilizaron exclusivamente para comprar alimentos. Además, el 41,4% de los hogares se vio obligado a usar sus ahorros para cubrir gastos cotidianos (“los dólares del colchón”), y un tercio pidió dinero prestado a familiares o amigos.

Estas tendencias son algunos ejemplos que evidencian que transitar la vida cotidiana, alimentarse y llenar el changuito en Argentina sin una estrategia financiera, sin comparar precios, sin preocuparse, o hacer cuentas, es casi un lujo que unos pocos se pueden dar. La tarea organizativa y de gestión del endeudamiento familiar es asumida principalmente por mujeres jefas de hogar con hijos a cargo, quienes encabezan el 80% de las familias monoparentales según datos del INDEC, y generalmente están expuestas a un mayor grado de informalidad laboral y vulnerabilidad económica, lo que agrava el cuadro de situación.

En un modelo financiero como el que propone e impulsa el gobierno libertario se necesita que el acto de hacer las compras más elementales y cada decisión que tomemos conlleve hacer cálculos en función de sacar una ventaja a costa de tomar riesgo. Según un informe presentado a fines de 2024 por NielsenIQ (NIQ) frente a la incertidumbre financiera y la necesidad de optimizar recursos, el 53% de los argentinos invierte más tiempo en investigar precios y marcas antes de realizar compras importantes, y un 50% decide postergar las compras hasta encontrar descuentos y promociones. En la misma línea, el 78% de los encuestados dijo ser más precavido en sus compras cotidianas, y el 65% afirmó haber cambiado a marcas alternativas y más económicas.  Se suman otras estrategias de supervivencia como la compra al por mayor, o por el contrario formatos más pequeños y la compra a granel, el uso de cupones y la adquisición de productos de segunda mano.

Estos comportamientos sostenidos en el tiempo indudablemente generan un impacto en la creación de subjetividades afines. Gilles Deleuze justamente detecta que el capitalismo financiero no solo explota la fuerza de trabajo, sino que también moldea activamente nuestras formas de pensar, sentir, desear y percibir el mundo. En línea con esto, el autor advierte que las formas de control actual, a diferencia de la sociedad disciplinaria, han mutado de modo tal que las personas no son disciplinadas por instituciones fijas, sino que son moduladas de forma ininterrumpida a través de mecanismos financieros, algoritmos, plataformas digitales, y evaluaciones constantes del rendimiento, lo que genera un nuevo tipo de subjetividad: el sujeto neoliberal que se autoexige, se autoevalúa, se endeuda y se optimiza sin parar, disfrazado de una sensación de libertad de acción.

Ir al supermercado funciona como un ejercicio de planificación, gestión de riesgos, optimización de recursos, comparación de opciones, maximización del rendimiento de nuestras inversiones, y toma de decisiones informadas que permita elegir el camino que nos lleve al éxito financiero. Como señala Michel Foucault, para pensar la subjetividad neoliberal y el ecosistema político y sociocultural, surge entonces la figura de “empresario de sí mismo”, necesaria para favorecer y modulares prácticas concretas adecuadas a dicha racionalidad. Una de las maneras según Foucault es “generalizar efectivamente la forma empresa dentro del cuerpo o el tejido social”. El pensamiento financiero aplicado a la vida cotidiana nos permite identificar uno de estos móviles a través de los cuales se agencia este modo de subjetivación propio.

En la era que vivimos la sensación de ahogo y agotamiento que produce estar constantemente pensando en qué gastar, ajustar, o ahorrar, cómo llegar a fin de mes, o de qué forma ganarle a la inflación, tiene un nombre: estrés financiero. El daño significativo que causa afecta a los individuos, deteriora el clima familiar y la relación entre sus miembros, y genera altos costos indeterminados para las comunidades. La hiperactividad mental y emocional puesta exclusivamente en función de pensar en términos de dinero y gastos, se combina con las múltiples ocupaciones, formas de pluriempleo para recolectar ingresos, y la escasez de tiempo dedicado al disfrute, el ocio o el descanso, por las propias limitaciones económicas, y genera un combo explosivo con efectos en la salud física y mental. La sensación de vulnerabilidad, escasez, e inseguridad en torno al dinero, pueden traducirse en irritabilidad, mal humor, angustia, apatía, desesperanza y tristeza, e incluso llegar a producir síntomas como ansiedad, insomnio, depresión, ataques de pánico, alteraciones del sistema inmune, problemas cardiovasculares, tensión muscular y fatiga crónica entre otras afecciones.

La efectividad del modelo es tal, por su constancia y prepotencia, que esconde las causas estructurales del malestar y las disfraza de responsabilidad individual, voluntad y esfuerzo para desarrollar capacidades propias que nos permitan una exitosa gestión personal de los recursos y oportunidades a disposición. Las anteojeras financieras en forma de pantallas nos fragmentan, no dejan ver más allá de las billeteras virtuales y cuentas personales, dejando poco o nulo espacio libre para la organización política y el reclamo colectivo. Paralelamente, la gestión personal de la salud mental, el consumo de libros y contenidos de “self-help” (autoayuda), y la oferta de terapias y figuras alternativas, en búsqueda de soluciones eventuales y rápidas desvinculadas del contexto socioeconómico, terminan abonando a un proceso de privatización e individualización del estrés. En otras palabras, el objetivo es privatizar el malestar ignorando las causas estructurales, sistémicas y políticas.