“El descubrimiento fue total”, dice K4. “Todo lo que pasó en este disco es un antes y un después para mí”, asegura sobre su nuevo álbum Yo también les tengo miedo, aunque no habla solo del resultado final, sino del proceso, de un trabajo compartido con personas que admira profundamente y que empujaron las canciones hacia lugares a los que, solo, nunca hubiera llegado. “Las canciones evolucionaron y se potenciaron de una forma que no estaba en mis planes. Yo necesitaba reconectarme con la música, volver a sentirla como algo vivo, y eso pasó gracias a la gente con la que trabajé”.
Ese pasaje del encierro a lo colectivo no fue solo metodológico, fue existencial. K4 venía de un recorrido más solitario, experimental, anárquico. En este disco, lejos de domesticar ese espíritu, lo llevó más lejos. “Lo único que cambió fue dejar de estar solo. Lo experimental y lo anárquico se potenciaron”, explica. El simple hecho de juntarse en una sala a tocar los temas, a equivocarse, a romperlos y volverlos a armar, convirtió todo el proceso en una experiencia radicalmente nueva. “Queríamos que aparezcan los errores, la humanidad, la creatividad de cada uno. Esa fue la materia prima”.
Así suena "Yo también les tengo miedo", el nuevo disco de K4
Si Yo también les tengo miedo suena tenso, es porque lo es. El disco vibra en esa frontera entre lo íntimo y lo social, entre el miedo personal y el miedo colectivo. K4 no esquiva la lectura política. Al contrario, la abraza sin rodeos. “Eso está reflejado cien por ciento en la música”, dice. “La violencia que genera este gobierno se siente en la base de la sociedad. Salís a tomarte un colectivo y la tensión está en el aire”.
No hay metáforas edulcoradas ni distancia irónica. K4 habla de un país atravesado por el desgaste, la bronca y el miedo cotidiano. Y en ese contexto, la música no puede ser neutral. “Debe ser un espacio de resistencia o de construcción”, afirma. “Pero solo si hay artistas con ganas de hacer algo distinto, de correrse de la norma. Hoy la norma es ser cool y recibir aplausos. Y eso me parece peligrosísimo”.
La crítica no es abstracta, apunta directo al presente cultural, a una escena cada vez más atravesada por la lógica de las redes, la repetición de formatos y la búsqueda de validación inmediata. “Se está volviendo todo superficial, plástico, con contenido nulo. Los proyectos se parecen entre sí y pierden identidad. Y eso no es arte”, dispara.
En ese paisaje, mostrarse sin disfraces adquiere un peso particular. K4 es consciente de lo que implica exponerse tal cual es en un mundo donde las poses parecen triunfar. “Hoy ir por la vereda contraria es un acto de rebeldía”, dice. “En un mundo lleno de caretas, mostrarse sin ellas es una forma de resistencia”.
El miedo, eje central del disco, no desaparece por arte de magia. Está ahí, en los vínculos, en la familia, en los amigos, en la forma de relacionarse. Pero hay un territorio donde ese miedo se suspende. “La música y el escenario son los únicos lugares donde no existe”, confiesa. “Ahí estoy vivo. Ahí mi existencia cobra sentido”.
K4 no pretende dar respuestas cerradas ni liderar consignas. Lo que busca es tender un puente. Que su música trascienda lo personal y encuentre eco en otros. “Me encantaría llegar a gente que comparta la necesidad de algo distinto”, dice. En tiempos donde la cultura parece empujada hacia la homogeneización, su apuesta es incomodar, resistir e insistir.
