Fransia aparece por videollamada con la misma energía eléctrica que vibra en su nuevo disco Fuentes Secretas. Habla rápido, ríe, piensa en voz alta, se interrumpe, vuelve a hilar una idea y enseguida dispara otra. Hay algo magnético en su manera de hablar: la mezcla justa entre la intensidad del rock y la calma de quien mira el mundo desde otro plano.
Hace unos años, Fransia era sinónimo de pop etéreo, de universos digitales y fantasía synth. Pero Fuentes Secretas es otra cosa. Es tierra. Es guitarra. Es rock. “Sí, fue un salto cuántico”, dice, casi sin dejarme terminar la frase. “Lo siento así, como si hubiese bajado de una nave. Estuve mucho tiempo en el mundo virtual, en el aire, y este disco me trajo de nuevo al suelo. Es más orgánico, más crudo, más humano.”
Y lo es. Las guitarras rugen, las voces suenan casi sin retoques y las letras respiran una fe inquieta, un brillo místico que convive con lo eléctrico. “Muchos me dijeron que les recordó a Fabiana Cantilo, a Fito, a Charly. Es rock nacional. Tu boquita, por ejemplo, es puro rock and roll argentino. Pero al mismo tiempo tiene algo postpunk, algo pop. Es como si todos los mundos que habité se hubieran alineado”.
En el centro del disco late una idea que atraviesa todo: la fe. Pero no desde lo religioso, sino desde un terreno más íntimo, casi metafísico. “La fe para mí es un atajo para conectar con el poder que llevamos dentro”, explica. “Vivimos en un mundo hermoso pero cruel, muy vertiginoso. Y la fe es ese puente que te devuelve la calma, que te conecta con algo más grande que vos. No es creer en algo afuera, sino encontrarlo adentro”.
Cuenta que el álbum nació inspirado en Las Confesiones de San Agustín. “Me fascinó cómo él hablaba de su vida entre el pecado y la santidad. Yo tomé eso pero lo pasé por mi lenguaje, que tiene que ver con la energía, con los colores, con los ángeles. Siempre estuve conectada con esa dimensión. De chica mi mamá me hablaba de mi ángel y de la luz rosa que me acompañaba. Para mí, rezar es una forma de programar energía. Por eso hablo de atajos: como los de la compu, ¿viste? Una acción que dispara otra. En este disco inventé mis propios atajos espirituales”.
El resultado es un álbum que parece moverse entre planos: lo terrenal y lo celeste, lo eléctrico y lo sagrado. “No es un disco de música religiosa -aclara-. Es música que te hace mover, bailar, meditar. Es un disco de fe en clave pop-rock”.
Fransia: “Mi forma de resistir es hacer música”
El proceso le llevó tres años. “Compuse las canciones en cinco meses, pero producirlo y entenderlo me tomó tres años. En ese tiempo me casé, giré, saqué Vida Real, y crecí mucho. Cuando empecé tenía 28, ahora tengo 31. Y entre los 20 y los 30 te pasa de todo. Recién ahora me están cayendo las fichas de lo que hice”.
Mientras habla, traza una línea evolutiva entre sus discos. “Arranqué con Fransia volando por el espacio, después Mundo Virtual fue más terrenal, Vida Real todavía más, y ahora con Fuentes Secretas estoy en el infierno (se ríe). Pero no en el sentido oscuro, sino en el sentido de haber bajado del todo. El rock tiene esa densidad, esa fuerza que viene del centro de la Tierra. Estoy combinando esa oscuridad con los planos celestiales. Es un equilibrio raro, pero me encanta”.
Fransia empezó su proyecto como un dúo, pero hoy lo sostiene sola. Y en un ambiente donde la mayoría de los escenarios siguen dominados por varones, ese paso no fue menor. “Elegí el camino del under, de ir de abajo y ganarme el lugar sola”, dice. “Podría haberme subido a la ola de la Matrix y dejar que me empuje, pero sentí que tenía que prepararme. Tocar para dos personas, que te ignoren, que todo salga mal: eso te curte. Me entrené para resistir”.
Esa resistencia también se filtra en las canciones. “Tu boquita, por ejemplo, es contrairónica. Es como una mujer diciéndole a un tipo de los noventa: ‘dámela otra vez’, pero desde el poder. Por eso quise que el video lo dirigiera una mujer. Si se lo daba a un chabón, seguro me quería poner en bolas frente a la cámara. Es mi forma de rebelarme, pero desde el arte, no desde el discurso. Mi forma de resistir es hacer música”.
Fuentes Secretas también es, sin dudas, su disco más argentino. “No puede ser más Buenos Aires. Lo compuse caminando por la ciudad, sola, de noche, llegando a casa y escribiendo sin dormir. Tiene el pulso de la calle, del caos, de la belleza y la mugre. Es mi disco más porteño, sin dudas”.
Cuando le menciono la oleada de discos recientes que celebran lo nacional, sonríe. “Creo que nos estamos haciendo cargo de ser argentinos, con lo bueno y con lo malo. Ser argentina es lo mejor que te puede pasar en el mundo. Buenos Aires me hace vibrar como ningún lugar. Todo este disco nació de ese delirio, de esa energía”.
Antes de despedirnos, vuelve a la idea que atraviesa todo: la de rezar. “Hay una frase de San Agustín que me marcó: cantar es rezar dos veces”, dice. “Creo que eso resume todo lo que hice en Fuentes Secretas. Cantar es mi manera de pedir, de agradecer, de protegerme. De conectar. Es mi forma moderna de rezar”.
